Capítulo 04 - La historia de Baal.
- El Señor

- 25 oct
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Baal sostenía a Koi en el aire con una mano, como quien sostiene una lata de refresco vacía que está a punto de aplastar. Una sonrisa se dibujó en su rostro. También en el de Koi.
—Te noto un poco más pesado, ¿estás comiendo bien, no? —dijo Baal y soltó una carcajada.
—Jajaja, es que abrieron un FurriBurger cerca de casa... —contestó Koi.
Desde su primer encuentro mucho había cambiado. Principalmente, Koi ahora era furro, pero además había encontrado en Baal un buen amigo.
—¿Puedo interrumpir el momento? —dijo Fiona, visiblemente ansiosa.
Baal bajó a su amigo, le dio un abrazo y también saludó a Fiona. Con un gesto los invitó a entrar en las alcantarillas, en las que obviamente solo podía caber agachado. Imagínense a un dragón de dos metros, musculoso, con un brazo metálico, caminando en cuclillas hecho un bollito. Sí, la imagen era tan graciosa como la que tienen en mente ahora.
Como pueden suponer, las alcantarillas no son el hábitat natural para este tipo de bestias mitológicas, pero en el caso de Baal eran su hogar desde hacía muchos años.
Los dragones, como todos saben, tienen su propio reino gobernado hace siglos por el Clan Dracónico. Se rigen por un sistema alineado a un solo valor que marca los destinos del reino: "draconis sen poderus non draconis", o dicho en nuestro idioma: "un dragón sin poder no es un dragón". La fuerza, la potencia, el vigor son los elementos centrales en su estructura social.
Por eso, cuando Baal nació sin un brazo, su condena estaba escrita.
Según la Ley Dracónica, todo dragón que de nacimiento o a lo largo de su vida tenga una cualidad que le reste poder debe ser desterrado por el bien de la raza. Y en el caso de los dragones bebés, su destino es todavía más cruel. Son entregados a los Monjes de Fuego, quienes después de un rito de redención los arrojan sin más a la Garganta de Fuego, el volcán activo que —según sus creencias— es el que mantiene viva y poderosa a su estirpe.
Pero algo pasó con Baal. Nadie sabe cómo —yo sí lo sé, pero todavía no están listos para eso—, su destino se torció y en vez de terminar en las fauces del volcán, terminó en las alcantarillas de la Ciudad Central.
Mientras flotaba a duras penas y casi en su último aliento, alguien lo vio desde una de las orillas y con un palito lo acercó. Era un pequeño mapache llamado Rust, que tenía uno o dos años más que Baal, pero que a pesar de eso era considerablemente más pequeño que el dragón.
Rust lo cargó en sus hombros y lo llevó con su familia, quienes lo recibieron sin miedo —los mapaches no saben qué es eso— y lo adoptaron desde el principio, dándole una segunda oportunidad de vivir.
Después de caminar por esos mismos túneles durante media hora, Baal se detuvo y les dijo a Koi y Fiona:
—Llegamos.
Ambos miraron alrededor y solo vieron oscuridad, mugre y hedor. No parecían haber llegado a ningún lugar distinto que el resto de las alcantarillas que estuvieron recorriendo. En ese momento, flotando en una barca hecha de botellas de plástico y residuos que prefiero no saber qué eran, apareció Rust.
—¿Por qué tardaste tanto? —le recriminó a su hermanito menor.
—Es que Koi paró a vomitar dos veces. —explicó Baal.
Rust se rio y saludó a sus amigos.
—Bueno, cuéntenme qué tenemos que hacer —les preguntó desde la barca.
Fiona tomó la voz cantante, como siempre.
—Creemos que los Turros están planeando una incursión, necesitamos más información para poder prevenirla.
—¿Lo creen, lo suponen o lo deducen? —inquirió Rust sin saber muy bien la diferencia entre las tres.
—Lo sé —contestó Koi—. Simplemente lo sé.
—Entonces están en el lugar correcto. Síganme.
Así fue que Koi, Fiona, Baal y Rust se adentraron en las alcantarillas más profundas con un destino peligroso: llegar a las entrañas del Barrio Turro.
En ese mismo momento, Chino, Leo y Eve se bajaban de la moto. Frente a ellos se alzaba El Bondi, el boliche más picante del barrio. Avanzaron hacia la puerta, pero los detuvo un seguridad. No les dijo ni una palabra; con un gesto y un gruñido les preguntó a quién buscaban.
Eve fue la que contestó:
—Dale, Raydenn, dejame pasar, venimos a ver a Rey.
Una carga eléctrica recorrió los ojos de Raydenn, bajó por su cuello y se alojó en su mano derecha. Con esa misma descarga, golpeó la puerta que se abrió de par en par.
Con otro gesto y otro gruñido, ante la mirada incrédula de Chino y Leo, los invitó a pasar.
Ninguno de los tres estaba preparado para lo que verían adentro.
Recuerden que pueden enviar sus dibujos, ideas y teorías a fanart.turrosvsfurros@gmail.com
Leemos todo!



Oigan y el 5 capitulo chicos???????????